Friday, May 29, 2015

EL QUE USA CORBATA

EL QUE USA CORBATA
Cuando abrió sus ojos, sabía que estaba vivo. Fue una reacción automática, porque la condición de los años, lo había hecho el resto de sus horas despierto, como un sueño vivo.
En verdad, no fue mucho la vida de Jaime Morales, un trabajador del Estado de bajo rango, pero lo había estado haciendo durante los últimos cuarenta años. Treinta de estos, viviendo en compañía de su esposa, a quien le gustaba dirigirlo como una verdadera Doña  Leonor de la Cueva. Sus dos hijos no fueron mucho mejor. Jaime Jr., era un estudiante de la universidad. Él se miró debajo de su papa, no solo en estatura, sino también en una opinión orgullosa del status social. Su hija, Leticia, quien tenía veinticinco años de edad, era una empleada de banco de hacía cinco años atrás. Parecía vacilar entre la indiferencia y la aversión. Su hostilidad latente hacia su progenitor, debido al hecho de que ella sentía que iba a precipitarse a ser una solterona antes de su tiempo. Eso no sucedió porque fuera fea, pero los jóvenes disponibles de su edad, no estaban casándose en estos días. Ciertamente no era culpa de Jaime, pero así era su razonamiento.

Aunque estas realidades fueron parte de su ser, Jaime trato de archivarlos en su pensamiento, justamente como lo hizo con la vasta cantidad de papelería que consistía su día de ocho horas.
Ahora que estaba funcionando su mente, el cerebro de Jaime empezó atravesar por una sección de pensamientos. El proceso fue así: estoy despierto. Yo; Jaime Morales, esto significa que estoy vivo y sano. A mi lado esta acostada mi mujer, que lo ha hecho por treinta años. Pero ella me falta al respeto a mi puesto en la vida. No estaba despierto todavía sin embargo, así por lo menos estaba libre por el momento. En realidad, no solo estaba libre de ella, sino también de sus hijos, quienes dormían todavía. Cuando se realizó esto, le llego un pensamiento bello, ¡Qué gusto de ser el dueño de mi propia casa! Consideró, por lo menos en estos primeros momentos. Tomó ventaja de este tiempo para planear adelantadamente lo que tenía que hacer en la oficina. En realidad no fue muy diferente lo que hacía, ya que durante cuarenta años había hecho lo mismo, pero era importante, puesto que era su medio de subsistencia y lo mantuvo lejos de esta casa la cual se había puesto en contra de él. Aparte de esto, le gusto su trabajo, y también le dio a él una buena excusa para vestirse bien, porque siempre se puso un traje con una corbata. ¡Una corbata! Vino la palabra como rato a su conciencia, ¡Esto es! Sabía que había algo para mí porque estar particularmente feliz esta mañana, y ahora me recuerdo: Compré una corbata nueva ayer. Fue una ganga que conseguí en una de estas ventas callejeras; estos negocios ambulantes, los cuales se alinearon en las calles principales de la ciudad capital, deteniendo la corrienda del tráfico y haciendo imposible el paso a los peatones. Nunca compró nada en la calle, como una regla. Simplemente, era igual como sancionarlos. Aparte de esto, le faltaba la dignidad que se encontraba uno a comprar en un almacén. Pero de todos modos estaba seguro de que se consiguió una ganga esta vez. Por un quetzal cincuenta centavos, compró una corbata azul con rayas de color rojo y oro. Fue ancha, parecía y se sentía como de seda. El joven le había pedido dos quetzales cincuenta centavos, pero logró que se lo bajara a la mitad del precio. Sin embargo, aún los dos cincuenta sería un precio justo. Una corbata como esa le costaría nada menos que cinco quetzales en un almacén. No, había hecho un buen trato y Jaime sabía que hoy iba a usar su corbata nueva por primera vez.
Él se levantó, se bañó, se vistió y estaba haciendo el café a las seis de la mañana. La sirvienta india siempre había hecho eso antes que la despidiera. En verdad los niños estaban grandes ahora, así que no necesitaban tanta atención, y la casa era tan pequeña para que pudiera limpiarla su esposa. Al mismo tiempo, fue capaz de ahorrar los treinta quetzales al menos que tenía que pagar a la sirvienta, el dinero no crece como hojas de un árbol a pesar que su esposa no quería entenderlo o aceptar esto. La verdad era que ellos tenían que vivir con un presupuesto que provenía del sueldo de un trabajador del Estado. Esa fue la verdad simple y Jaime era un hombre práctico.
Si su vida no había sido particularmente romántica, por lo menos era una existencia continúa. Cuando se recibió como maestro se aplicó para un puesto con el Estado. Su primer puesto lo mandaron lejos, en la selva en una pequeña aldea, donde la gente escasamente podía hablar el castellano. Pasó cinco años en este desolado puesto avanzado y en recordarlo, fue quizás la parte más interesante de su existencia de otra manera había sido estéril. A causa de que permaneció allí todo ese tiempo, le permitió acumular la seguridad necesaria, así que cuando solicitó un puesto en la capital, calificó para esto. En este segundo puesto se sostuvo en los últimos treinta y cinco años. Técnicamente trabajaba para el Ministerio de Educación, pero su lugar actual estaba con las escuelas secundarias y consistía en poner sellos y archivar papelería importante, con el sello del gobierno impreso en relieve, colocado en la esquina izquierda y costando cincuenta centavos cada uno. Fue muy fácil su trabajo y le había durado una vida.
Jaime siempre llegaba temprano en la mañana, y hasta los últimos cinco años le había costado mucho. Esto fue debido principalmente al tráfico, el cual aumentó con la gente, la población se había duplicado y duplicado otra vez. Las camionetas, que una vez fueron Mercedes Benz nuevecitas, ahora eran vehículos dañados, amarrados con alambre. Y si esto no era suficientemente malo, se incrementó el pasaje a diez centavos, después de que había sido a cinco, desde hace tanto tiempo. La gente se colgaba de las puertas y se agolpaba en los pasillos. Si conseguía un asiento, usualmente estaba roto, quebrado o duro como una tabla. La gente necesitaba el transporte, así que todas las mañanas se amontonaban en estos monstruos con que se contaminaba el ambiente, mientras que se paraban, brincaban, escupían y se tiraban a través de la ciudad. Si, los tiempos han cambiado pero no Jaime Morales. Todavía llegaba primero a su oficina.
En los últimos cinco años, su oficina había estado localizada en un edificio nuevo al otro lado de la ciudad. Estaba en el segundo piso, en una estructura de cemento. Por las luces fluorescentes, Jaime había tendió que cambiar sus lentes una vez desde que lo pasaron allí, y sentía la necesidad de subir la graduación otra vez. Aparte de esto su baja y delgada figura parecía caber bien aquí. No se sentía empequeñecido como en sus oficinas anteriores, cerca del Palacio Nacional.
Allí, los cielos altos, con sus diseños de churrigueresco se había intimidado, pero las ventanas altas y la luz eléctrica era mejor para su vista. Eso era aparte del hecho que se observara en un ambiente más elegante. Parecía que entonces la construcción era más un arte que una ciencia. Pero estaban cambiando los tiempos y el rumor que se tenía era que ese edificio iba a ser botado para hacer un parqueo. El escritorio de Jaime estaba enfrente de la entrada, con su espalda en contra de un poste de cemento, fue una estructura nueva hecha de lata con una superficie de plástico; no como los escritorios hechos de madera, que siempre se usaban antes. Siempre se mantuvo limpio, para que pudiera empezar de nuevo en la mañana. Sujetapapeles y lápices en la primera gaveta, los sellos oficiales y almohadilla en la gaveta de debajo de esa. El abrió estas gavetas con una llave que usaba en una cadena retractable de plata que llevaba en su cinturón. Actualmente era un símbolo de estatus para él, de lo cual no se había disminuido en los últimos treinta cinco años. También era muy escrupuloso en su trabajo y fue muy agradable pensar que la gente le necesitaba a él y sus sellos. Fue, sin duda, un verdadero representante de empleado del Estado, incluyendo su traje y corbata, fue cierto que su traje era un poco viejo, pero la corbata era nuevecita, el recordaba, mientras que su mano automáticamente se tocaba el objeto ancho y suave como la seda. Este fue el último movimiento vanidoso que se hizo antes que entraran los otros trabajadores a la oficina. Uno de ellos era un tipo canche y joven que fue recientemente empleado, quien cuando lo vio esta mañana, sonrió y dijo a su compañero:
- Oiga muchá, allí está el que usa corbata… y los dos rieron y se alejaron.
Jaime fingió no haber escuchado y rápidamente se enfrascó en su trabajo. El empleado canche nuevo no solamente era descortés, sino también su apariencia; faltaba en el mucho más que una gota de responsabilidad, que caracteriza a un empleado del Estado. Este tipo con apariencia de un joven oso, vino al trabajo no solamente sin traje y corbata, sino con una camisa abierta mostrando su pecho. No era solamente una desgracia sino una abominación a la distinción tradicional del puesto. La verdad es que era igual como que viniera vestido solo en calzoncillos. ¿Cuál era la diferencia? En realidad, simplemente estaba mostrando su falta de respeto para el puesto y su poder. Y así era algo como bueno, sacrílego.
Sin embargo, la gente como el serían los nuevos hederos de esta oficina y las otras oficinas en toda la República, Jaime supuso eso mientras que revisaba algunas hojas escritas a máquina con el sello del gobierno en relieve en la esquina. Eso significaba que su generación de formalidad seria reemplazada por estos animales, quienes podrían ser fuertes y aún canches, pero eran en verdad completamente sin cultura. Esto lo traía el progreso, y quien sabía dónde eventualmente lo dejaba; pero esto sería mucho después que se jubiló a Jaime. Si, era cierto, tenía que llegar ese día, como todas las cosas, pero no le gustaba pensar en esto, por varias razones. Una de estas era porque no sabía qué hacer con su tiempo libre y la segunda razón porque seguramente le marcaba el fin de esta larga e importante tradición. Sin embargo, había muchas indicaciones de eliminar a muchos hombres como él, y los jóvenes como el canche se burlaba de él, Jaime estaba revisando el mismo documento y pensando estas inquietudes, cuando entró el jefe. Todos los trabajadores inmediatamente hicieron el esfuerzo para mantenerse ocupados y Jaime pensaba que el canche está picando las teclas de su máquina de escribir, particularmente duras. El tipo bien parecido y muy latino, ignoró a los otros empleados y se acercó directamente a Jaime, diciendo:
_ Jaime, usted sabe que tenemos una reunión hoy a las tres de la tarde, y yo quiero asegurarme que estará allí, ¿entiende?
_Si, señor – replicó al hombre distinguido y no dijo nada más. Entonces dio la vuelta y salió de la oficina.
Que significaba esto, pensaba Jaime, porque él estaba asistiendo a esas reuniones regularmente por treinta y cinco años. A los otros empleados también se notaba este nerviosismo y empezaron a chismear, como que esperaban la jubilación de Jaime después de cuarenta años de trabajo. Una idea similar empezó a pasar por la mente de Jaime, mientras que revisaba el mismo documento otra vez. Bueno, quizás compré esta nueva corbata en vano, a causa de que no tendré la oportunidad de usarla, consideró, alcanzando el objeto de seda con su mano. ¡Que me importa! Dejen a estos jóvenes huecos quienes no solo no usan corbata, sino que andan  con camisas abiertas, a cargo de estas oficinas, esto va junto con la decadencia general de la educación, también el razonó de una manera melancólica. Los otros empleados que habían visto este contacto especial entre el supervisor y Jaime, sospecharon la misma cosa que él. De repente sería bajado de su puesto y la preocupación acerca de su apariencia y la escrupulosidad irán junto con él, pero en vez de lamentarlo, había una clase de celebración entre los trabajadores y el canche calavereaba en la oficina hablo tonterías acerca de los que usaban corbata.
Jaime estaba atrapado por una depresión progresiva cuando se marchó a almorzar. Se dirigió a un establecimiento local que atendía a los empleados del edificio donde trabajaba. Jaime se sentaba solo, como era su costumbre, tomando su sopa con cuidado especial, tratando de no manchar su corbata. El no pudo hacer caso omiso de los comentarios indirectos intercambiados entre el canche y sus compañeros. Obviamente era su dirigente y estaba burlándose acerca de cómo sería de bueno en sustituir este peso muerto de su departamento.
_ Creo que debía de ser a una edad mandatoria para jubilar a un empleado del estado, el pisaverde joven declaró en voz alta, para que pudieran escuchar todos los clientes del pequeño restaurante; - y si no es una ley ya, entonces alguien debe hacerla – continuó antes de chupar su cerveza perversamente, de la cual era una infracción de un tabú establecido hacía mucho tiempo atrás acerca de tomar estas bebidas durante las horas hábiles.
Por supuesto que Jaime estaba indignado, pero meditó que la filosofía de este tipo probablemente no era muy diferente a la de su hijo o su hija, en el irrespeto general para las tradiciones. Lo deprimió ver que un mejor tiempo había pasado. Voy a ser jubilado hoy, rumió Jaime y conmigo va a pasar el último de los viejos. Aquellos quienes tomaron en serio sus trabajos, quienes crecieron con el respeto para la autoridad y fueron cuidadosos en su apariencia. Cuando me vaya, aparte del supervisor, probablemente nadie va a usar un traje con corbata.
Fue el primero en regresar a la oficina, pero no tenía que hacer, ya que los estudiantes jóvenes preferían a los empleados jóvenes para los trámites de sus documentos que realizaban en la mañana. No le importaba mucho de todos modos, porque probablemente sería su último día de trabajo, pero Jaime era un hombre de hábitos, tanto como de carácter, quien siempre quería estar ocupado. Por eso aceptó el trabajo de algunos otros empleados que necesitaban su ayuda, y de esta forma, pasó el tiempo hasta las tres de la tarde. Ese era el tiempo en que iba a suceder la reunión.
Esta vez Jaime fue el último en salir de la oficina y en vez de tomar el ascensor, subió por las gradas, como que trataba en algún modo de prolongar esta última vez que lo haría. Fue necesario para el prepararse así mismo psicológicamente par la realidad humillante de su jubilación forzada. No le afectaría mucho económicamente, porque le proporcionarían una jubilación buena más el aguinaldo y no debía nada en su casa. Así, no era el dinero que lo molestaba, pero si la idea de que quizás era demasiado viejo y anticuado con la actualidad para ser de algún uso en este mundo. Eso fue en realidad una idea deprimida, y causó a Jaime detener una lágrima mientras que tocaba su corbata. En ese momento casi fue comprometido de quitársela, después de experimentar un momento de insanidad temporánea, pero detuvo esta inclinación con la resolución de que era mejor salir con dignidad. ¿Cómo comunicará esta noticia a su mujer y sus hijos, sin aparecer aún más ridículo en sus ojos? Su esposa probablemente empezaría a quejarse acerca de la posibilidad de tenerlo todo el día de la casa, mientras que su hijo se sentiría en desgracia por tener tal padre. Lucrecia podría ponerse más deprimida en pensar que la misma cosa probablemente sucedería con ella algún día oscuro. Bueno, todos tendrían que aceptarlo, pensaba, cuando alcanzaba el último piso y andaba como caminando los últimos pasos de un hombre condenado.
Cuando llegó al salón de conferencias, se sorprendió completamente. Ahí estaba su esposa, con su hijo e hija, sentados a los lados de una silla vacante en frente de la mesa, donde siempre se sentaba el supervisor. Todos estaban bien vestidos y lo miraban a él con una reverencia que no había visto por mucho tiempo. Era esta una clase de broma practical, pensaba, con horror repentino, mientras que se esperaba en la entrada del salón, sin querer pasar adelante. El empleado canche, quien estaba sentado a la par de su hija, no estaba riendo como siempre y el supervisor lo aproximó con una sonrisa amigable y le indicó la silla donde acostumbraba a sentarse y dijo:
_Por favor profesor Morales, tenga la bondad de sentarse – y Jaime no pudo hacer nada más que cumplir. Entonces el supervisor con su fina educación, dio inicio a un corto discurso que ni Jaime ni nadie más de los presentes en el salón olvidarán.
_Damas, caballeros y colegas del Departamento de Educación Media, para mí es un gusto anunciarles ustedes que este acto es una presentación preliminar del cual será seguido en otra ocasión de una ceremonia de premios especiales con la presencia del Señor Presidente de la Republica en el Palacio Nacional. Deberíamos todos de estar orgullosos, porque la persona a quien será otorgado este premio, por el servicio sobresaliente brindando como empleado del Estado, durante los últimos cuarenta años, es un miembro de nuestro departamento. El honor que le proporcionaran es nada menos que el triunfo máximo que nuestro país puede otorgar a una persona distinguid. Y eso es, como todos ustedes saben la Orden del Quetzal. Así, otra vez, me da mucho gusto de presentarles al hombre digno que merece este honor: Profesor Jaime Morales… anuncio el supervisor y todos empezaron a aplaudir.

Si había fallecido Jaime y llegaba al cielo, no pudiera imaginar a un sueño más vivido que esto. Ahí estaba su esposa, bien vestida y aplaudiendo con los demás. Su único hijo estaba sentado a la par de ella  con una mirada orgullosa en sus ojos, ahora que su padre era famoso. En el otro lado se encontraba su hija con una apariencia muy atractiva, mientras que el canche, quien milagrosamente tenia cerrada su camisa para esta ocasión tan especial, estaba prestando atención a ella. Fue como la culminación de su vida, colmada con la gratitud que brindaba a él, su país, sus colegas y su familia. Jaime sonrió tímidamente, tocaba su corbata, luego se paró para agradecerle a todo el mundo en hacer este día el más importante de su vida. 

POEMA DE AMOR Y TORMENTO

POEMA DE AMOR Y TORMENTO

Un atardecer
De mi vida
Cuando mi alama
Fluctuaba
Ente la tierra
Y el cielo
Pensé en mi pasado
Y en mi futuro
Cuando apareciste tú
Fue un día caluroso
Me recuerdo
Exactamente
De eventos
Superfluos
Compromisos absurdos
Con el que fui atado
En lo común
Mientras que mi corazón
Andaba en los altos
Y esto fue cuando apareciste tú
No fuimos a pasear y te
Presente el aire se puso
Fresco y nos quedamos parados
En un edificio colonial
En el centro de la ciudad
Mirando toda la belleza
Que nos rodeaba
Sin palabras ni esperanzas
Porque supimos los dos
Que este fue un tiempo
Que nunca regresaría
Un atardecer de nuestras vidas
Llamando
Cuando apareciste tú

XXX
Si su mirada me asciende
Hasta la cumbre del cielo
Y su voz me afecta
Como una tormenta en el verano
Y sus ojos azules
Me llevan a las profundidades
De su alma
¿Qué tanto más seria tocarla?
Si estas palabras son expresiones abstractas
Que refleja su ser
La idea perfecta
La lucidez de un sueño
En un mundo vacío
¿Qué tanto más seria sentirla?
Si la vida es solo
Una jornada
Predestinada
Llena de esperanzas
Soledad y temor
Qué bueno fuera
Haberte conocido
Aunque sea por un momento
Para saborear lo que es
El Amor

XXX
Es la media noche
Y todavía
Estoy contigo
Mis copas
Se han aflojado
Y estoy borracho
Y todavía
Estoy contigo
Mis letras
a la vez son más obscuras
Estoy borracho; pero mi corazón
Aún está contigo

XXX
Mañana te voy a llamar
Y vamos a pasear como
Antes
En las calles angostas
De mi ser
En las orillas de los ríos
De mi sangre
Hacia las montañas
De mi mente
Rodeada con las nubes
De mi amor

XXX
Tantas veces te he descrito
Y seguí poniendo palabras
En sí
Porque es como una catarata
De mi emoción
Mi pluma de luz
De otro poema
Tan distinto
De ti
Los tiempos son duros
Mi amor
Hay más noche
Qué día
La gente es mala
Mi amor
Hay más muerte
Qué vida
Pero mis palabras
Me sacan
De ese tormento
Y la memoria de tu cuerpo
Me calienta
En este poema
Otra vez

Dedica a ti…

Tuesday, May 26, 2015

YO NO PEDI EL CIELO

YO NO PEDI EL CIELO
Me llano Gloria. Nací en esta tierra, pero no estoy segura donde. Creo que fue en la costa, o por lo menos esto es lo que dicen algunos que me conocen. Según algunos de ellos tengo ocho años de edad, pero otros dicen que tengo diez. La verdad es que no sé. Como le dije, nací en esta tierra, pero no pedí el cielo
Mi mamá era una de esas mujeres de los bares que servían tragos y otras cosas a los hombres borrachos que llegan por allá. No me recuerdo muy bien porque era muy niña cuando se murió de una enfermedad. Estuve con un grupo de niñas y niños mayores de edad y vivíamos juntos, atrás del bar con todas esas mujeres que vestían de gala en la noche y en el día se trataban de recuperar de su fiesta.
Bueno, creo que fue así pero como digo, esto fue hace mucho tiempo, como tengo ocho o diez años de edad ahora. Y muchas cosas me han pasado desde entonces.
Cuando se murió mi mamá, las otras mujeres me dejaron abandonada y tuve que luchar sola para comer los restos de los frijoles y tortillas que dejaban las otras mujeres.
No paso mucho tiempo cuando desaparecieron varias niñas mayores que yo. Pudieron ser mis hermanas o solo amiguitas, hijas de las otras mujeres de gala. De todos modos, algunos dijeron que fueron a una casa de huérfanos, mientras que otros dijeron que fueron vendidos para quitar sus órganos. La verdad es que no sé, porque poco después, un muchacho llamado Jorge, me llevo un día de allí y escapamos a una ciudad del altiplano. Me dijo que era mi hermano, pero tampoco estoy segura de eso, y solo sé, que él tenía como diez u once años cuando me llevo de la costa.
Jorge me trató muy bien y lo cierto fue, que era el único refugio que me restaba en esta vida. Así fue, y como lo explique antes: yo no pedí el cielo.
Él fue muy inteligente y aprendió muchos oficios de un joven de edad, como zapatería, hojalatería y también ayudante de albañil. Empezó con la hojalatería en un puesto humilde en el mercado. El duelo era un tipo con cara dura, siempre con una media barba y una expresión que tenía odio para este planeta y todos los seres humanos que los habitan. No era muy alto, pero si era ponchado y muy fuerte, se supone que fue por su oficio, que requiere mucha fuerza. De todos modos, él supo inmediatamente que nosotros fuimos víctimas de esta vida, sin recursos para sostenerlos. Por lo tanto, acepto a Jorge como uno de sus empleados. Tenía otros dos niños trabajando para el en este tiempo.
Jorge probó ser el más capaz de los otros dos, entonces nos aceptó. El trato fue que nos daba comida y lugar donde dormir. Este fue los mismos puestos que tenía en el mercado. Fuimos como guardianes para él, los dos encerrados en una tumba de láminas, con candados gruesos puestos afuera.
Sin embargo, era como un palacio para nosotros. A veces encendimos una candela de a cinco o nos quedábamos en la pura oscuridad, hablando en voz baja acerca de donde estuvimos, donde estábamos y el porvenir.
Esto último solo fue para el próximo día, por supuesto, porque cuando uno vive así, es una cosa que requiere esfuerzo y mucha suerte. Lo cierto es lo que estuvimos bien y desde luego yo no pedí el cielo.
Así fue la cosa por un buen rato, con Jorge dándole duro, haciendo un montón de cosas de hojalata y yo aprendiendo más de la cocina. Supe cómo hacer tortillas y frijoles y al dueño le gusto. Entonces me dio dinero para comprar verduras en el mercado.
Fue una experiencia muy grande para mí, de estar sola con dinero comprando cosas en el mercado. En realidad me sentí como una señora, marchanta, dueña de algo. Las mujeres, indígenas que vendían sus productos, arrodilladas con sus trajes típicos de colores brillantes, me conocieron de algún tiempo, me llamaron Gloria y me dieron los mejores precios del día.
Sí, creo que esta fue la primera vez que sentí un rayo de esperanza en mi vida. Rayo digo yo, porque lo que paso después casi se opacó para siempre.
Fue una noche cuando estuvimos allí por casi un año. Yo digo un año aunque pudieron ser seis meses porque como sabe, viviendo una vida así, es algo incalculable y como yo ni sabía cuándo nací, mucho menos voy a saber cuánto tiempo es un año.
Bueno, fue esa noche, cuando estuvimos encerrados en el puesto, quizás era media noche, cuando oímos algo pasando por afuera, pensamos primero que era un ladrón, pero entonces nos dimos cuenta que alguien estaba quitando los candados con llaves. Sabíamos los dos que la única persona que tenía las llaves, era el dueño. Pero él vivía en su casa aparte y no tenía nada que ver con su taller a media noche. Así nos esperamos, imaginándonos las peores posibilidades. Yo descalza, como siempre y con un vestido viejo que no era de mi tamaño, porque crecí mucho en este tiempo y Jorge con su ropa remendada y también sin zapatos. Allí estuvimos, sentados en un petate con apenas una chamarra vieja entre los dos, temblando por el frío y el temor. Fue Jorge quien actuó primero, se levantó en la oscuridad y como un gato recogió una herramienta que usaba para su trabajo. Creo que fue un martillo que se usa especialmente en la hojalatería. Digo así, porque en el siguiente momento entró el dueño. Tenía una linterna y estaba bien borracho. No dijo nada pero hizo unos sonidos como un coche mientras que se me aproximo y me agarró violentamente. Yo traté de defenderme con todo mi ser, pero este era un hombre fuerte, borracho y loco. Dejo caer su linterna y me paso aplastándome en el petate. Estaba encima de mí, con su cara grotesca y suspiro de guaro, asfixiándome y siguió con sus ruidos de cerdo, mientras que trataba de quitar el ziper de su pantalón. Quería gritar, pero a la vez algo en mi mente me dijo que si hacia eso, fácilmente me quitaba la vida. Todo estaba perdido en ese momento o por lo menos lo poquito que tenía para llamarse así, hasta que repentinamente apareció Jorge y con un fuerte golpe se su martillo, con el que uso todo su cuerpo y experiencia, termino con la vida del dueño.
Corrimos, por supuesto, como ratas del mercado, en la pura oscuridad, a raves de los montones de basura, sin dirección ni propósito ninguno en la vida; víctimas de una existencia que no pedimos ni mucho menos queríamos, atrapados bajo una nube malvada que nos iba a cubrir toda la vida. Claro que no pedí el cielo, pero esto fue peor que el infierno.
Eso hace muchos, cuando yo era niña. Ahora tengo diez o tal vez doce años de edad. Desde entonces hemos vivido en la calle. Jorge consiguió trabajo de vez en cuando con la zapatería. Creo que fue cuando empezamos a inhalar pegamento. Fue muy bueno en el principio, porque no sentimos problemas, pero Jorge perdió su chance por no llegar al taller y nos quedamos mal otra vez.
Fue en uno de estos ratos cuando aprendí a vender mi cuerpo para que Jorge no tuviera que trabajar y los dos teníamos para medio vivir y para el pegamento. De allí nos juntamos con una mara, empezamos a robar, chingar e inhalar pegamento.

Creo que este es el fin de mi historia, como les dije antes, no sé si tengo diez o doce años de edad. En realidad no me importa, porque tengo mi familia, la mara, y claro, yo no pedí el cielo.