EL QUE USA CORBATA
Cuando abrió sus
ojos, sabía que estaba vivo. Fue una reacción automática, porque la condición
de los años, lo había hecho el resto de sus horas despierto, como un sueño
vivo.
En verdad, no
fue mucho la vida de Jaime Morales, un trabajador del Estado de bajo rango,
pero lo había estado haciendo durante los últimos cuarenta años. Treinta de
estos, viviendo en compañía de su esposa, a quien le gustaba dirigirlo como una
verdadera Doña Leonor de la Cueva. Sus
dos hijos no fueron mucho mejor. Jaime Jr., era un estudiante de la
universidad. Él se miró debajo de su papa, no solo en estatura, sino también en
una opinión orgullosa del status social. Su hija, Leticia, quien tenía
veinticinco años de edad, era una empleada de banco de hacía cinco años atrás.
Parecía vacilar entre la indiferencia y la aversión. Su hostilidad latente
hacia su progenitor, debido al hecho de que ella sentía que iba a precipitarse
a ser una solterona antes de su tiempo. Eso no sucedió porque fuera fea, pero
los jóvenes disponibles de su edad, no estaban casándose en estos días.
Ciertamente no era culpa de Jaime, pero así era su razonamiento.
Aunque estas
realidades fueron parte de su ser, Jaime trato de archivarlos en su
pensamiento, justamente como lo hizo con la vasta cantidad de papelería que
consistía su día de ocho horas.
Ahora que estaba
funcionando su mente, el cerebro de Jaime empezó atravesar por una sección de
pensamientos. El proceso fue así: estoy despierto. Yo; Jaime Morales, esto
significa que estoy vivo y sano. A mi lado esta acostada mi mujer, que lo ha
hecho por treinta años. Pero ella me falta al respeto a mi puesto en la vida.
No estaba despierto todavía sin embargo, así por lo menos estaba libre por el
momento. En realidad, no solo estaba libre de ella, sino también de sus hijos,
quienes dormían todavía. Cuando se realizó esto, le llego un pensamiento bello,
¡Qué gusto de ser el dueño de mi propia casa! Consideró, por lo menos en estos
primeros momentos. Tomó ventaja de este tiempo para planear adelantadamente lo
que tenía que hacer en la oficina. En realidad no fue muy diferente lo que
hacía, ya que durante cuarenta años había hecho lo mismo, pero era importante,
puesto que era su medio de subsistencia y lo mantuvo lejos de esta casa la cual
se había puesto en contra de él. Aparte de esto, le gusto su trabajo, y también
le dio a él una buena excusa para vestirse bien, porque siempre se puso un
traje con una corbata. ¡Una corbata! Vino la palabra como rato a su conciencia,
¡Esto es! Sabía que había algo para mí porque estar particularmente feliz esta
mañana, y ahora me recuerdo: Compré una corbata nueva ayer. Fue una ganga que
conseguí en una de estas ventas callejeras; estos negocios ambulantes, los
cuales se alinearon en las calles principales de la ciudad capital, deteniendo
la corrienda del tráfico y haciendo imposible el paso a los peatones. Nunca
compró nada en la calle, como una regla. Simplemente, era igual como
sancionarlos. Aparte de esto, le faltaba la dignidad que se encontraba uno a comprar
en un almacén. Pero de todos modos estaba seguro de que se consiguió una ganga
esta vez. Por un quetzal cincuenta centavos, compró una corbata azul con rayas
de color rojo y oro. Fue ancha, parecía y se sentía como de seda. El joven le
había pedido dos quetzales cincuenta centavos, pero logró que se lo bajara a la
mitad del precio. Sin embargo, aún los dos cincuenta sería un precio justo. Una
corbata como esa le costaría nada menos que cinco quetzales en un almacén. No,
había hecho un buen trato y Jaime sabía que hoy iba a usar su corbata nueva por
primera vez.
Él se levantó,
se bañó, se vistió y estaba haciendo el café a las seis de la mañana. La
sirvienta india siempre había hecho eso antes que la despidiera. En verdad los
niños estaban grandes ahora, así que no necesitaban tanta atención, y la casa
era tan pequeña para que pudiera limpiarla su esposa. Al mismo tiempo, fue
capaz de ahorrar los treinta quetzales al menos que tenía que pagar a la
sirvienta, el dinero no crece como hojas de un árbol a pesar que su esposa no
quería entenderlo o aceptar esto. La verdad era que ellos tenían que vivir con
un presupuesto que provenía del sueldo de un trabajador del Estado. Esa fue la
verdad simple y Jaime era un hombre práctico.
Si su vida no
había sido particularmente romántica, por lo menos era una existencia continúa.
Cuando se recibió como maestro se aplicó para un puesto con el Estado. Su
primer puesto lo mandaron lejos, en la selva en una pequeña aldea, donde la
gente escasamente podía hablar el castellano. Pasó cinco años en este desolado
puesto avanzado y en recordarlo, fue quizás la parte más interesante de su
existencia de otra manera había sido estéril. A causa de que permaneció allí
todo ese tiempo, le permitió acumular la seguridad necesaria, así que cuando
solicitó un puesto en la capital, calificó para esto. En este segundo puesto se
sostuvo en los últimos treinta y cinco años. Técnicamente trabajaba para el
Ministerio de Educación, pero su lugar actual estaba con las escuelas
secundarias y consistía en poner sellos y archivar papelería importante, con el
sello del gobierno impreso en relieve, colocado en la esquina izquierda y
costando cincuenta centavos cada uno. Fue muy fácil su trabajo y le había
durado una vida.
Jaime siempre
llegaba temprano en la mañana, y hasta los últimos cinco años le había costado
mucho. Esto fue debido principalmente al tráfico, el cual aumentó con la gente,
la población se había duplicado y duplicado otra vez. Las camionetas, que una
vez fueron Mercedes Benz nuevecitas, ahora eran vehículos dañados, amarrados
con alambre. Y si esto no era suficientemente malo, se incrementó el pasaje a
diez centavos, después de que había sido a cinco, desde hace tanto tiempo. La
gente se colgaba de las puertas y se agolpaba en los pasillos. Si conseguía un
asiento, usualmente estaba roto, quebrado o duro como una tabla. La gente
necesitaba el transporte, así que todas las mañanas se amontonaban en estos
monstruos con que se contaminaba el ambiente, mientras que se paraban,
brincaban, escupían y se tiraban a través de la ciudad. Si, los tiempos han
cambiado pero no Jaime Morales. Todavía llegaba primero a su oficina.
En los últimos
cinco años, su oficina había estado localizada en un edificio nuevo al otro
lado de la ciudad. Estaba en el segundo piso, en una estructura de cemento. Por
las luces fluorescentes, Jaime había tendió que cambiar sus lentes una vez
desde que lo pasaron allí, y sentía la necesidad de subir la graduación otra
vez. Aparte de esto su baja y delgada figura parecía caber bien aquí. No se
sentía empequeñecido como en sus oficinas anteriores, cerca del Palacio
Nacional.
Allí, los cielos
altos, con sus diseños de churrigueresco se había intimidado, pero las ventanas
altas y la luz eléctrica era mejor para su vista. Eso era aparte del hecho que
se observara en un ambiente más elegante. Parecía que entonces la construcción
era más un arte que una ciencia. Pero estaban cambiando los tiempos y el rumor
que se tenía era que ese edificio iba a ser botado para hacer un parqueo. El escritorio
de Jaime estaba enfrente de la entrada, con su espalda en contra de un poste de
cemento, fue una estructura nueva hecha de lata con una superficie de plástico;
no como los escritorios hechos de madera, que siempre se usaban antes. Siempre
se mantuvo limpio, para que pudiera empezar de nuevo en la mañana.
Sujetapapeles y lápices en la primera gaveta, los sellos oficiales y
almohadilla en la gaveta de debajo de esa. El abrió estas gavetas con una llave
que usaba en una cadena retractable de plata que llevaba en su cinturón.
Actualmente era un símbolo de estatus para él, de lo cual no se había
disminuido en los últimos treinta cinco años. También era muy escrupuloso en su
trabajo y fue muy agradable pensar que la gente le necesitaba a él y sus
sellos. Fue, sin duda, un verdadero representante de empleado del Estado,
incluyendo su traje y corbata, fue cierto que su traje era un poco viejo, pero
la corbata era nuevecita, el recordaba, mientras que su mano automáticamente se
tocaba el objeto ancho y suave como la seda. Este fue el último movimiento
vanidoso que se hizo antes que entraran los otros trabajadores a la oficina.
Uno de ellos era un tipo canche y joven que fue recientemente empleado, quien
cuando lo vio esta mañana, sonrió y dijo a su compañero:
- Oiga muchá,
allí está el que usa corbata… y los dos rieron y se alejaron.
Jaime fingió no
haber escuchado y rápidamente se enfrascó en su trabajo. El empleado canche
nuevo no solamente era descortés, sino también su apariencia; faltaba en el
mucho más que una gota de responsabilidad, que caracteriza a un empleado del
Estado. Este tipo con apariencia de un joven oso, vino al trabajo no solamente
sin traje y corbata, sino con una camisa abierta mostrando su pecho. No era
solamente una desgracia sino una abominación a la distinción tradicional del
puesto. La verdad es que era igual como que viniera vestido solo en
calzoncillos. ¿Cuál era la diferencia? En realidad, simplemente estaba
mostrando su falta de respeto para el puesto y su poder. Y así era algo como bueno,
sacrílego.
Sin embargo, la
gente como el serían los nuevos hederos de esta oficina y las otras oficinas en
toda la República, Jaime supuso eso mientras que revisaba algunas hojas
escritas a máquina con el sello del gobierno en relieve en la esquina. Eso
significaba que su generación de formalidad seria reemplazada por estos
animales, quienes podrían ser fuertes y aún canches, pero eran en verdad
completamente sin cultura. Esto lo traía el progreso, y quien sabía dónde
eventualmente lo dejaba; pero esto sería mucho después que se jubiló a Jaime.
Si, era cierto, tenía que llegar ese día, como todas las cosas, pero no le
gustaba pensar en esto, por varias razones. Una de estas era porque no sabía qué
hacer con su tiempo libre y la segunda razón porque seguramente le marcaba el
fin de esta larga e importante tradición. Sin embargo, había muchas
indicaciones de eliminar a muchos hombres como él, y los jóvenes como el canche
se burlaba de él, Jaime estaba revisando el mismo documento y pensando estas
inquietudes, cuando entró el jefe. Todos los trabajadores inmediatamente
hicieron el esfuerzo para mantenerse ocupados y Jaime pensaba que el canche
está picando las teclas de su máquina de escribir, particularmente duras. El
tipo bien parecido y muy latino, ignoró a los otros empleados y se acercó
directamente a Jaime, diciendo:
_ Jaime, usted
sabe que tenemos una reunión hoy a las tres de la tarde, y yo quiero asegurarme
que estará allí, ¿entiende?
_Si, señor –
replicó al hombre distinguido y no dijo nada más. Entonces dio la vuelta y
salió de la oficina.
Que significaba
esto, pensaba Jaime, porque él estaba asistiendo a esas reuniones regularmente
por treinta y cinco años. A los otros empleados también se notaba este
nerviosismo y empezaron a chismear, como que esperaban la jubilación de Jaime
después de cuarenta años de trabajo. Una idea similar empezó a pasar por la
mente de Jaime, mientras que revisaba el mismo documento otra vez. Bueno,
quizás compré esta nueva corbata en vano, a causa de que no tendré la oportunidad
de usarla, consideró, alcanzando el objeto de seda con su mano. ¡Que me
importa! Dejen a estos jóvenes huecos quienes no solo no usan corbata, sino que
andan con camisas abiertas, a cargo de
estas oficinas, esto va junto con la decadencia general de la educación,
también el razonó de una manera melancólica. Los otros empleados que habían
visto este contacto especial entre el supervisor y Jaime, sospecharon la misma
cosa que él. De repente sería bajado de su puesto y la preocupación acerca de
su apariencia y la escrupulosidad irán junto con él, pero en vez de lamentarlo,
había una clase de celebración entre los trabajadores y el canche calavereaba
en la oficina hablo tonterías acerca de los que usaban corbata.
Jaime estaba
atrapado por una depresión progresiva cuando se marchó a almorzar. Se dirigió a
un establecimiento local que atendía a los empleados del edificio donde
trabajaba. Jaime se sentaba solo, como era su costumbre, tomando su sopa con
cuidado especial, tratando de no manchar su corbata. El no pudo hacer caso
omiso de los comentarios indirectos intercambiados entre el canche y sus
compañeros. Obviamente era su dirigente y estaba burlándose acerca de cómo
sería de bueno en sustituir este peso muerto de su departamento.
_ Creo que debía
de ser a una edad mandatoria para jubilar a un empleado del estado, el
pisaverde joven declaró en voz alta, para que pudieran escuchar todos los
clientes del pequeño restaurante; - y si no es una ley ya, entonces alguien
debe hacerla – continuó antes de chupar su cerveza perversamente, de la cual
era una infracción de un tabú establecido hacía mucho tiempo atrás acerca de
tomar estas bebidas durante las horas hábiles.
Por supuesto que
Jaime estaba indignado, pero meditó que la filosofía de este tipo probablemente
no era muy diferente a la de su hijo o su hija, en el irrespeto general para
las tradiciones. Lo deprimió ver que un mejor tiempo había pasado. Voy a ser
jubilado hoy, rumió Jaime y conmigo va a pasar el último de los viejos.
Aquellos quienes tomaron en serio sus trabajos, quienes crecieron con el
respeto para la autoridad y fueron cuidadosos en su apariencia. Cuando me vaya,
aparte del supervisor, probablemente nadie va a usar un traje con corbata.
Fue el primero
en regresar a la oficina, pero no tenía que hacer, ya que los estudiantes
jóvenes preferían a los empleados jóvenes para los trámites de sus documentos
que realizaban en la mañana. No le importaba mucho de todos modos, porque
probablemente sería su último día de trabajo, pero Jaime era un hombre de
hábitos, tanto como de carácter, quien siempre quería estar ocupado. Por eso
aceptó el trabajo de algunos otros empleados que necesitaban su ayuda, y de
esta forma, pasó el tiempo hasta las tres de la tarde. Ese era el tiempo en que
iba a suceder la reunión.
Esta vez Jaime
fue el último en salir de la oficina y en vez de tomar el ascensor, subió por
las gradas, como que trataba en algún modo de prolongar esta última vez que lo
haría. Fue necesario para el prepararse así mismo psicológicamente par la realidad
humillante de su jubilación forzada. No le afectaría mucho económicamente,
porque le proporcionarían una jubilación buena más el aguinaldo y no debía nada
en su casa. Así, no era el dinero que lo molestaba, pero si la idea de que
quizás era demasiado viejo y anticuado con la actualidad para ser de algún uso
en este mundo. Eso fue en realidad una idea deprimida, y causó a Jaime detener
una lágrima mientras que tocaba su corbata. En ese momento casi fue
comprometido de quitársela, después de experimentar un momento de insanidad
temporánea, pero detuvo esta inclinación con la resolución de que era mejor
salir con dignidad. ¿Cómo comunicará esta noticia a su mujer y sus hijos, sin
aparecer aún más ridículo en sus ojos? Su esposa probablemente empezaría a quejarse
acerca de la posibilidad de tenerlo todo el día de la casa, mientras que su
hijo se sentiría en desgracia por tener tal padre. Lucrecia podría ponerse más
deprimida en pensar que la misma cosa probablemente sucedería con ella algún
día oscuro. Bueno, todos tendrían que aceptarlo, pensaba, cuando alcanzaba el
último piso y andaba como caminando los últimos pasos de un hombre condenado.
Cuando llegó al
salón de conferencias, se sorprendió completamente. Ahí estaba su esposa, con
su hijo e hija, sentados a los lados de una silla vacante en frente de la mesa,
donde siempre se sentaba el supervisor. Todos estaban bien vestidos y lo
miraban a él con una reverencia que no había visto por mucho tiempo. Era esta
una clase de broma practical, pensaba, con horror repentino, mientras que se
esperaba en la entrada del salón, sin querer pasar adelante. El empleado
canche, quien estaba sentado a la par de su hija, no estaba riendo como siempre
y el supervisor lo aproximó con una sonrisa amigable y le indicó la silla donde
acostumbraba a sentarse y dijo:
_Por favor
profesor Morales, tenga la bondad de sentarse – y Jaime no pudo hacer nada más
que cumplir. Entonces el supervisor con su fina educación, dio inicio a un
corto discurso que ni Jaime ni nadie más de los presentes en el salón
olvidarán.
_Damas,
caballeros y colegas del Departamento de Educación Media, para mí es un gusto
anunciarles ustedes que este acto es una presentación preliminar del cual será
seguido en otra ocasión de una ceremonia de premios especiales con la presencia
del Señor Presidente de la Republica en el Palacio Nacional. Deberíamos todos
de estar orgullosos, porque la persona a quien será otorgado este premio, por
el servicio sobresaliente brindando como empleado del Estado, durante los
últimos cuarenta años, es un miembro de nuestro departamento. El honor que le
proporcionaran es nada menos que el triunfo máximo que nuestro país puede
otorgar a una persona distinguid. Y eso es, como todos ustedes saben la Orden
del Quetzal. Así, otra vez, me da mucho gusto de presentarles al hombre digno
que merece este honor: Profesor Jaime Morales… anuncio el supervisor y todos
empezaron a aplaudir.
Si había
fallecido Jaime y llegaba al cielo, no pudiera imaginar a un sueño más vivido
que esto. Ahí estaba su esposa, bien vestida y aplaudiendo con los demás. Su
único hijo estaba sentado a la par de ella
con una mirada orgullosa en sus ojos, ahora que su padre era famoso. En
el otro lado se encontraba su hija con una apariencia muy atractiva, mientras
que el canche, quien milagrosamente tenia cerrada su camisa para esta ocasión
tan especial, estaba prestando atención a ella. Fue como la culminación de su
vida, colmada con la gratitud que brindaba a él, su país, sus colegas y su
familia. Jaime sonrió tímidamente, tocaba su corbata, luego se paró para
agradecerle a todo el mundo en hacer este día el más importante de su vida.
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