YO NO PEDI EL CIELO
Me llano Gloria. Nací en esta tierra, pero no estoy segura donde. Creo que
fue en la costa, o por lo menos esto es lo que dicen algunos que me conocen.
Según algunos de ellos tengo ocho años de edad, pero otros dicen que tengo diez. La verdad es que no sé. Como le dije, nací en esta tierra, pero no pedí
el cielo
Mi mamá era una de esas mujeres de los bares que servían tragos y otras
cosas a los hombres borrachos que llegan por allá. No me recuerdo muy bien
porque era muy niña cuando se murió de una enfermedad. Estuve con un grupo de
niñas y niños mayores de edad y vivíamos juntos, atrás del bar con todas esas
mujeres que vestían de gala en la noche y en el día se trataban de recuperar de
su fiesta.
Bueno, creo que fue así pero como digo, esto fue hace mucho tiempo, como
tengo ocho o diez años de edad ahora. Y muchas cosas me han pasado desde
entonces.
Cuando se murió mi mamá, las otras mujeres me dejaron abandonada y tuve que
luchar sola para comer los restos de los frijoles y tortillas que dejaban las
otras mujeres.
No paso mucho tiempo cuando desaparecieron varias niñas mayores que yo.
Pudieron ser mis hermanas o solo amiguitas, hijas de las otras mujeres de gala.
De todos modos, algunos dijeron que fueron a una casa de huérfanos, mientras
que otros dijeron que fueron vendidos para quitar sus órganos. La verdad es que
no sé, porque poco después, un muchacho llamado Jorge, me llevo un día de allí
y escapamos a una ciudad del altiplano. Me dijo que era mi hermano, pero
tampoco estoy segura de eso, y solo sé, que él tenía como diez u once años
cuando me llevo de la costa.
Jorge me trató muy bien y lo cierto fue, que era el único refugio que me
restaba en esta vida. Así fue, y como lo explique antes: yo no pedí el cielo.
Él fue muy inteligente y aprendió muchos oficios de un joven de edad, como
zapatería, hojalatería y también ayudante de albañil. Empezó con la hojalatería
en un puesto humilde en el mercado. El duelo era un tipo con cara dura, siempre
con una media barba y una expresión que tenía odio para este planeta y todos
los seres humanos que los habitan. No era muy alto, pero si era ponchado y muy
fuerte, se supone que fue por su oficio, que requiere mucha fuerza. De todos
modos, él supo inmediatamente que nosotros fuimos víctimas de esta vida, sin
recursos para sostenerlos. Por lo tanto, acepto a Jorge como uno de sus
empleados. Tenía otros dos niños trabajando para el en este tiempo.
Jorge probó ser el más capaz de los otros dos, entonces nos aceptó. El
trato fue que nos daba comida y lugar donde dormir. Este fue los mismos puestos
que tenía en el mercado. Fuimos como guardianes para él, los dos encerrados en
una tumba de láminas, con candados gruesos puestos afuera.
Sin embargo, era como un palacio para nosotros. A veces encendimos una candela
de a cinco o nos quedábamos en la pura oscuridad, hablando en voz baja acerca
de donde estuvimos, donde estábamos y el porvenir.
Esto último solo fue para el próximo día, por supuesto, porque cuando uno
vive así, es una cosa que requiere esfuerzo y mucha suerte. Lo cierto es lo que
estuvimos bien y desde luego yo no pedí el cielo.
Así fue la cosa por un buen rato, con Jorge dándole duro, haciendo un
montón de cosas de hojalata y yo aprendiendo más de la cocina. Supe cómo hacer
tortillas y frijoles y al dueño le gusto. Entonces me dio dinero para comprar
verduras en el mercado.
Fue una experiencia muy grande para mí, de estar sola con dinero comprando
cosas en el mercado. En realidad me sentí como una señora, marchanta, dueña de
algo. Las mujeres, indígenas que vendían sus productos, arrodilladas con sus
trajes típicos de colores brillantes, me conocieron de algún tiempo, me
llamaron Gloria y me dieron los mejores precios del día.
Sí, creo que esta fue la primera vez que sentí un rayo de esperanza en mi
vida. Rayo digo yo, porque lo que paso después casi se opacó para siempre.
Fue una noche cuando estuvimos allí por casi un año. Yo digo un año aunque
pudieron ser seis meses porque como sabe, viviendo una vida así, es algo
incalculable y como yo ni sabía cuándo nací, mucho menos voy a saber cuánto
tiempo es un año.
Bueno, fue esa noche, cuando estuvimos encerrados en el puesto, quizás era
media noche, cuando oímos algo pasando por afuera, pensamos primero que era un
ladrón, pero entonces nos dimos cuenta que alguien estaba quitando los candados
con llaves. Sabíamos los dos que la única persona que tenía las llaves, era el
dueño. Pero él vivía en su casa aparte y no tenía nada que ver con su taller a
media noche. Así nos esperamos, imaginándonos las peores posibilidades. Yo
descalza, como siempre y con un vestido viejo que no era de mi tamaño, porque
crecí mucho en este tiempo y Jorge con su ropa remendada y también sin zapatos.
Allí estuvimos, sentados en un petate con apenas una chamarra vieja entre los
dos, temblando por el frío y el temor. Fue Jorge quien actuó primero, se
levantó en la oscuridad y como un gato recogió una herramienta que usaba para
su trabajo. Creo que fue un martillo que se usa especialmente en la
hojalatería. Digo así, porque en el siguiente momento entró el dueño. Tenía una
linterna y estaba bien borracho. No dijo nada pero hizo unos sonidos como un
coche mientras que se me aproximo y me agarró violentamente. Yo traté de
defenderme con todo mi ser, pero este era un hombre fuerte, borracho y loco.
Dejo caer su linterna y me paso aplastándome en el petate. Estaba encima de mí,
con su cara grotesca y suspiro de guaro, asfixiándome y siguió con sus ruidos
de cerdo, mientras que trataba de quitar el ziper de su pantalón. Quería
gritar, pero a la vez algo en mi mente me dijo que si hacia eso, fácilmente me
quitaba la vida. Todo estaba perdido en ese momento o por lo menos lo poquito
que tenía para llamarse así, hasta que repentinamente apareció Jorge y con un
fuerte golpe se su martillo, con el que uso todo su cuerpo y experiencia,
termino con la vida del dueño.
Corrimos, por supuesto, como ratas del mercado, en la pura oscuridad, a
raves de los montones de basura, sin dirección ni propósito ninguno en la vida;
víctimas de una existencia que no pedimos ni mucho menos queríamos, atrapados
bajo una nube malvada que nos iba a cubrir toda la vida. Claro que no pedí el
cielo, pero esto fue peor que el infierno.
Eso hace muchos, cuando yo era niña. Ahora tengo diez o tal vez doce años
de edad. Desde entonces hemos vivido en la calle. Jorge consiguió trabajo de
vez en cuando con la zapatería. Creo que fue cuando empezamos a inhalar
pegamento. Fue muy bueno en el principio, porque no sentimos problemas, pero
Jorge perdió su chance por no llegar al taller y nos quedamos mal otra vez.
Fue en uno de estos ratos cuando aprendí a vender mi cuerpo para que Jorge
no tuviera que trabajar y los dos teníamos para medio vivir y para el
pegamento. De allí nos juntamos con una mara, empezamos a robar, chingar e
inhalar pegamento.
Creo que este es el fin de mi historia, como les dije antes, no sé si tengo
diez o doce años de edad. En realidad no me importa, porque tengo mi familia,
la mara, y claro, yo no pedí el cielo.
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